Kinestesia y método Alexander

¿Por qué nos cuesta cambiar los malos hábitos posturales?
Uno de los mayores problemas con los que se enfrenta el educador es que los alumnos no tienen una conciencia corporal suficientemente desarrollada para ser capaces de rectificar sus hábitos y seguir sus instrucciones de una manera eficaz.

Si a un alumno que padece afonía se le pide que hable, pero sin tensionar el cuello y la laringe (probable causa de su ronquera), éste no lo sabe hacer porque está tan habituado a presionar el cuello y la laringe cuando va a hablar que no puede dejar de hacerlo. Tiene asociado el acto de hablar a la presión sobre su cuello y laringe.

No solamente eso, sino que no percibe, a nivel sensorial, que está presionando el cuello y la laringe. Es decir, no nota toda esa presión, a veces terrible, a la hora de hablar. Por tanto, ¿cómo va a dejar de hacer una fuerza que no sabe que hace?

¿Qué es la kinestesia?
La propiocepción, o kinestesia, es un sentido. El sentido del movimiento. Este término proviene del griego kines (movimiento) y stesia (sentido). Por tanto, kinestesia significa sentido del movimiento. La medicina lo cataloga dentro del tacto profundo, sin embargo es un sentido independiente.

Tiene sus terminales nerviosos mayoritariamente en las articulaciones. Es el sentido responsable de hacernos saber cómo y cuándo nos movemos. Por ejemplo, cuando vamos a rascarnos la nariz, la propiocepción nos informa de cómo mover el dedo hasta la ésta y no hacia la oreja.

El saber dónde tenemos la nariz y alcanzarla con el dedo no depende del gusto, del oído, de la vista o del olfato, ni siquiera del tacto. Depende de la propiocepción.

Si hay zonas bloqueadas el cerebro no recibe bien la información
Cuando hay movimiento, es este sentido el encargado de informar al cerebro de las variaciones en el movimiento. Si una zona del cuerpo está excesivamente bloqueada, la propiocepción no puede informar al cerebro de una manera tan fehaciente puesto que hay menos movimiento así que, cuantas más restricciones haya, peor será la información que el cerebro reciba y por tanto menor precisión en los movimientos.

Este es uno de los grandes problemas con los que no encontramos a la hora de la reeducación, porque siempre nos movemos según los criterios de sensación que hemos ido archivando en el cerebelo a lo largo de nuestra vida. Por tanto si uno quiere estar «recto», se colocará según lo que uno «siente» que es «recto».

El problema está en que si se tiene el hábito, por ejemplo, de girar ligeramente la cabeza hacia un lado, esta pequeña desviación es registrada como «normal» y cuando esa persona quiera estar «recta» girará su cabeza y se pondrá «torcida» sintiéndose «recta».

Tuve un alumno de 12 años. Su madre lo definió como un niño que se «rompía». Se había fracturado y esguinzado las muñecas, los brazos y las piernas varias veces. Su madre decía socarronamente que el yeso formaba parte de su personalidad. Se trataba de un muchacho muy activo, deportista y buen estudiante. Sus lesiones se achacaban a la mala suerte o a la fatalidad.

Observé su cuerpo y aprecié una excesiva presión de los músculos de la espalda y del cuello que le provocaba una importante torsión de la columna vertebral. Todo el cuerpo estaba girado hacia la derecha, se apoyaba excesivamente sobre la pierna derecha y le producía un gran bloqueo en las rodillas. Se había habituado tanto a esa torsión que ya no la apreciaba.

Le insté a que corriera e hiciera un par de volteretas para observar su movimiento. Al voltear se torcía hacia la derecha. Todos sus movimientos eran desequilibrados. No era extraño que se «rompiera» con tanta facilidad. ¡Todo lo hacía torcido! Al saltar se descompensaba y consecuentemente tenía muchas más posibilidades de caer en mala posición y por tanto de «romperse».

¿Qué ocurre al corregir las malas posturas?
Lo curioso es que durante las clases, cuando su cuerpo se enderezaba, él lo sentía como «torcido», por lo que rápidamente volvía a su posición habitual «torcida» porque allí se sentía cómodo y «recto». Cuando poco a poco fue reconociendo corporalmente esa desconexión entre su cuerpo y su mente y reajustó su propiocepción, dejó de «romperse» puesto que pudo reconocer mejor cuales eran las sensaciones que lo llevaban al error.

Cuando la propiocepción es fiable, los procesos de aprendizaje en cualquier ámbito se aceleran. Se suprime el error de entrada, con lo que el camino hacia el conocimiento se recorre sin pérdidas de tiempo provocadas por la confusión en las sensaciones.

Es por ello que la técnica Alexander, al propiciar una reeducación integral del cuerpo y de la mente es un catalizador extraordinario que acelera y facilita el aprendizaje en todos los terrenos, tanto en el plano físico como en el mental.

Fuente: enbuenasmanos.com

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